JESÚS ES MI COPILOTO

Historias de micros camino al Burdel


De vuelta

por Valentina Rudolphy

fotografía Bastián Pellegrini



A veces es mejor dejar las cosas tal cual y como están, por más rotas y descuartizadas que luzcan.

Saqué esa conclusión en un día muy lluvioso, tan lluvioso que en un rato de esperar la micro los pocos cigarros que quedaban “fondeados” en el morral se empaparon. Eso me disgustó un poco, pero no me impidió que siguiera mi día. Por lo que, viendo ya la tragedia, subí muy enfadada al transporte; yo lo único que quería era poder atravesar rápido esta ciudad para llegar a mi destino: una playa solitaria en donde poder soltar el pecho por inútiles penas de amor adolescente y seguir mojándome entre el diluvio, las olas y mis lágrimas, trasformar todo tipo de abrigo en algo inservible, ya nada importaba bien a esas horas.

Observé ligeramente al público: una señora atiborrada de cosas con dos inquietos hijos; una señora mayor de aspecto adinerado con lentes de sol que ni venían al caso; un grupo de amigos que se reían estrepitosamente, pero yo me distraje de eso… se fijaron algunas miradas en mi acalorada cara. Y, concentrada en tapar toda lágrima de ese montón de espectadores curiosos e impertinentes, no miré caras, no quise observar a quienes me observaban a mí, pero por instinto encontré una ventana y un asiento despejados para mí.

Un anciano que al mirar yo sus sinceros ojos me conmovió, tocaba el violín en la parte trasera, lo tocaba melancólico pero con un dejo de nerviosismo, esto acentuaba mis dudas: tenía miedo, y comenzaba a llorar por el simple y absurdo miedo a crecer, a sentir tanta cosa supuestamente indebida que nunca supe ni sé aún cómo sentir. El violín sufría junto con mi tormenta adolescente emocional, nunca me voltee entonces a observar por segunda vez al menudo anciano que creaba esa melodía tan peculiar, tan ajena a un lugar tan público como lo es una micro. Y me alegré tanto de no mirar.

Entonces, tan de golpe como cuando frenó el conductor llevándome a un sobresalto, se acabó la música, justo a tiempo para pararme rápido y bajar, e ir a paso veloz hasta mi arenoso destino, y explotar el corazón, porque todo se originó en la habitación de una persona… una persona que una vez mintió y que por ende volverá a hacerlo, pero yo ya no jugaré a esos juegos.



“¡Hola Vale! Oye, hoy te vi en la micro, estabas delante de mí, estabas como llorando, pero yo iba con mi polola así que no te podía saludar…”






Ediciones Anteriores


© 2007 JESÚS ES MI COPILOTO burdel.abierto@gmail.com|para Mozilla Firefox