JESÚS ES MI COPILOTO

Historias de micros camino al Burdel


Tabaco


Por Ekia

Es difícil no conocer la ciudad y entender lo que uno debe hacer en circunstancias ajenas a nuestra acostumbrada rutina.

Con la Josefa siempre habíamos escuchado que en las micros las personas se desviven, toman café antes de abordarlas y se sientan sin la comodidad esperada por sus cuerpos (nosotros nunca habíamos andado en una de ellas).

...Luego de caminar pisando las hojas secas y creando sonidos para la multitud, llegamos a un paradero y en una de esas ráfagas de pensamiento comencé a darme cuenta de lo diferente que era la Josefa al resto de las personas. Ella siempre miraba hacia atrás y pestañeaba a quien pasara delante de ella. Claro está, ahora nadie iba a pasar. Todos iban sentados estupefactos y silenciosos. La Josefa no los miraba a la cara, solo de reojo. Era un poco tímida y hablaba poco, aunque ese día, en esa noche, me miraba desconcertada y me habló de un presentimiento (tal vez heredado, tal vez miedo a la locura). Antes de tomar la micro ella me dijo: “atrás habrán disturbios”, nada más. Esas fueron sus palabras. Las encontré un poco simples y acostumbrado a metáforas simplemente las dejé en el olvido.

De repente la micro paró, las ruedas hicieron un fuerte ruido y casi parecía que íbamos a chocar cuerpo a cuerpo. De pronto, se subió por detrás uno de estos abuelos con olor a cigarro y nadie se dio cuenta, nadie se dio cuenta (tan acostumbrados a no mirar más allá de la nariz que ni las piernas vemos). La cosa era que este abuelo era cojo y el chofer le había gritado que se subiera a la micro por atrás para no causar impresión alguna en las personas. Tal vez lástima, tal vez miedo, tal vez indiferencia. Al menos, eso fue lo que escuchamos con la Josefa.

El abuelo al subir a la micro caminó lentamente con la pequeña pierna que le quedaba y empezó a mirarnos. Miraba y miraba con sus ojos arrugados, tocaba los fierros con sus manos bañadas en cigarrillo y mordía el tabaco con los pocos dientes que existían en su mandíbula. Pasó un momento y la Josefa empezó a inquietarse, las manos le empezaron a sudar, la presión se le elevó lentamente y el descontrol comenzó a aflorar. Y el abuelo impávido, pálido, mordía y mordía el tabaco.

Al rato nos preguntó la hora y la Josefa atemorizada se paró del asiento. Empezó a gritar por toda la micro corriendo de un lado a otro. Nunca en mi vida la había visto así, tan descontrolada, tan eufórica. Agarrando su cabello y tirándolo como si fuera paja en montones. Mientras tanto, el abuelo observando y cojeando, intentaba que la Josefa no lo botara. Pero la mala suerte es que la Josefa se precipitó corriendo hacia sus brazos, tomó una de sus muletas y lo golpeó en la boca.

Atrás un niño lloro.






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