JESÚS ES MI COPILOTO

Historias de micros camino al Burdel


Jesús es mi copiloto

por felipebravotorres

“Jesús es mi copiloto” (jebús es mi copiloto)

… la subida es “a la carrerita” (apelando a la calidad física de usuario resignado. El esfuerzo hay que hacerlo, el próximo bus sale casi en media hora más) y pagar es tanto o más complejo aún, pues mantener el equilibrio mientras el micro va en marcha es lo suficientemente difícil para un ciudadano común y corriente. Por suerte hubo asientos sin ocupar aún y, siguiendo los instintos de un joven y estudiante, la elección fue aquellos del final del pasillo.

El viaje continuaba. Entre tirones y velocidad los asientos vacíos comenzaron a ocuparse y los ladridos del “parrillero” para que “los escolares que le den el asiento a la señora…. ¡shhh! están sentados todo el día” se hicieron más recurrentes también. Los resabios de moralidad son tan fuertes que cedí el asiento antes de escuchar ladrido. En mi lugar se sentó una mujer gorda y en abandono de su adultez, podríamos decir que vieja, pero que en cualquier momento saca un as de la manga y demuestra que no lo es tanto, sin duda un “endometrio con carácter” (representativo de cierta población chilena y porteña que experimenta la menopausia). Sentó su humanidad en el asiento ubicado cerca de la puerta de atrás del micro, coloco sus bolsas de supermercado sobre sus piernas, con una mano se aferró a la manilla del asiento de adelante y con la otra acomodó su pelo corto y ondulado, recién teñido de negro azabache y que combinaba secamente con el rojo abundante de sus labios casi inexistentes.

La recolección de pasajeros pasó a segundo plano (no subió nadie mas en un buen trayecto). Pero la velocidad sí aumentó y la carrera, el “collereo”, subió violentamente sus niveles. Avenida España era el lugar, probablemente un camino a la muerte o a un susto enorme, quien lo sabría. El rostro de los pasajeros comenzó a tener cierta gesticulación de incertidumbre y las manos de todo el mundo iban aferradas a los fierros que el micro tenia como manillas. Curvas, baches, etc. Eran obstáculos que no detenían al chofer en su frenética carrera. Lo músculos del cuerpo de todos los pasajeros comenzaron a tensarse y con seguridad ninguno llevó su trasero apoyado en el asiento, sino que dando botecitos (con descanso en uno que otro semáforo, siempre y cuando no fuera obviado por el chofer) . Yo estaba refugiado en la puerta de atrás, de pie pero muy bien afirmado de las manillas. La velocidad comenzó a subir más y más, los pasajeros comentaban temerosos lo rápido y peligroso del viaje, la música tropical de la radio del micro subía al mismo tiempo subía la velocidad de la maquina, comenzaba a oscurecer y las ganas de llegar a tomar once fueron casi una súplica.

De pronto, una curva cerrada fue el obstáculo preciso para recibir la primera víctima. La señora gorda (la señora Rosa, Alicia, Eliana, etc. Que posiblemente sería su nombres), vio como su cuerpo resbalaba del asiento y caía seco en el piso del pasillo del micro. Se escucho un grito del volante, claro habíamos pasado al microbús que había salido antes de la garita, íbamos ganado la carrera. La señora alzó la voz (de manera colérica y recordando que no era vieja ni indefensa) “oye huevón que creí que llevaí animales”. El chofer solo respondió “señora la otra maquina tuvo la culpa, ando trabajando po”. No le tomó mayor importancia y continuó la carrera, ahora en la delantera.

Los pasajeros temerosos comenzaron a afirmarse de pies y manos y a buscar auxilio en sus mas fervientes creencias, de pronto era estar viajando en un autobús kamikaze conducido por fundamentalistas del boleto. Algunos pasajeros se persignaban al pasar por iconos religiosos del camino o por iglesias; otros veían la solución mas cerca y confiaban en los amuletos que llevaba el chofer en sus cabina, un verdadero altar portátil. Crucifijos, amuletos, prendas, olores, etc. Servían de ofrenda al dios más cercano. Si existía vida o no después de la muerte, o un dios o muchos no importaba demasiado, pero era un buen momento para captar feligreses…el viaje

comenzó a tornarse un asunto de vida o muerte y cualquier afiliación era considerable. El miedo cundía tan rápido y la indiferencia del chofer era tal, que se olía algo extraño, no era normal que jamás mostrara un signo de miedo, él debía confiar mucho en sus capacidades de chofer o simplemente era de aquellos heroicos que no temen a la muerte. Al parecer el asunto era casi un juego enfermizo entre adultos, carreras de micros, un incentivo al deporte urbano quizás. Nosotros, los pasajeros, seguro no estábamos totalmente habituados y es por eso que solo esperábamos una señal, una luz en el camino, algo que nos asegurara que el pan caliente que más de alguno llevaba en sus piernas iba a ser disfrutado en la once de esa tarde. ¡Solo una señal, solo una señal!

Los pasajeros en un momento dirigimos las miradas al vidrio que estaba a espaldas del chofer y lanzamos un respiro aliviador, el miedo se suspendió un momento, e dolor y rabia de la señora también. Miramos el vidrio y descansamos en el mensaje mesiánico y salvador de nuestro conductor: “JESÚS ES MI COPILOTO” (todo acabó ahí, las reglas del juego de movilizarse en la ciudad).

Fotografía por Jacquie Fonseca
Imagen por Daniel Blanco

(
Daniel_blanco_p@hotmail.com)






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